Aberri Eguna 2023 :: Declaración del EAJ-PNV

Un nuevo tiempo para Euskadi

El domingo 9 de abril, celebramos el Aberri Eguna, el día de la Patria de todas las personas que nos sentimos parte del pueblo vasco y de la nación vasca. Una nación que se asienta fundamentalmente en los siete territorios históricos que conforman Euskal Herria (Araba, Behe Nafarroa, Bizkaia, Gipuzkoa, Lapurdi, Nafarroa y Zuberoa) y que también tiene su presencia en otros muchos países del mundo donde viven cada vez más vascos y vascas. Somos un pueblo milenario, con una cultura y un idioma propio, el euskera, que han sido transmitidos de generación en generación, y con una gran capacidad de adaptación que combina el arraigo de las tradiciones con la modernidad para desarrollarse en un contexto abierto y cambiante.

El Aberri Eguna es un día de celebración. Celebramos nuestra historia colectiva como pueblo y nación, una historia de construcción a base de esfuerzo, de trabajo compartido y de generosidad. Celebramos la pertenencia a una nación que día a día construimos entre todas las personas que nos reconocemos como vascos y vascas, que nos esforzamos para crear un país con una identidad propia, avanzado, con calidad de vida, democrático y fundamentado en la justicia social, en el que todas las personas con independencia de su origen y condición tengan la oportunidad de desarrollar una vida digna desde un punto de vista individual y colectivo. La vida de las personas se desarrolla en la familia, en el trabajo, en la sociedad, y todo ello conforma un país. Y hoy celebramos esa unión colectiva que permite que podamos desarrollar nuestros proyectos de vida en un país apasionante.

Porque Euskadi es un país apasionante: con una gran vitalidad social, cultural y económica; un país abierto al mundo, dinámico; un país con profundas convicciones democráticas, con una histórica trenza de solidaridad social que ha posibilitado importantes cotas de igualdad económica y social y una marcada orientación a la acción creativa e innovadora; un país con una sociedad con una enorme vitalidad social y unas instituciones que han sabido representar con dignidad, proteger con eficacia a la sociedad e impulsar con fuerza a Euskadi a pesar de todas las dificultades. Euskadi es hoy una nación europea conectada al mundo con el objetivo de contribuir en pie de igualdad y en colaboración con otros pueblos y naciones del planeta a un mundo mejor y más justo. Todos y todas tenemos el derecho a sentirnos orgullosos y orgullosas de Euskadi porque lo hemos construido entre todas las personas que vivimos aquí o en otras partes del mundo y entre las generaciones que nos precedieron. Euskadi ha sido y sigue siendo una tarea y una responsabilidad compartida. Por supuesto que sigue habiendo muchos retos en el orden social, económico y cultural, pero Euskadi es hoy un país con calidad de vida, avanzado, en el que los niveles de libertad e igualdad entre personas nos sitúan en la parte alta de los países y naciones del mundo.

El Aberri Eguna es también un día de reivindicación de los derechos nacionales que nos asisten como pueblo y nación, exactamente igual que al resto de los pueblos. En tiempos donde la igualdad de oportunidades individuales o la igualdad de hombres y mujeres constituyen una prioridad inaplazable desde el punto de vista democrático, es necesario incorporar a esas reivindicaciones democráticas la exigencia de la igualdad de derechos para todos los pueblos del planeta. Porque todos los pueblos necesitamos nuestra arquitectura institucional para construir el futuro, impulsar la cultura y la economía y fortalecer la sociedad. Euskadi tiene derecho a decidir su propio futuro y a institucionalizar políticamente su derecho a la soberanía. No caben diferencias en la atribución de derechos entre pueblos. La atribución de derechos democráticos ha de ser universal para todos ellos. Tampoco partimos de cero porque, aunque constituyen realidades diferentes, el Estatuto de Autonomía de Gernika, el Amejoramiento Navarro o la Mancomunidad de Iparralde constituyen un avance importante en esta dirección. Pero sigue faltando voluntad política tanto para el reconocimiento del derecho a decidir como para pactar su ejercicio. Bien al contrario, una vez más se está produciendo un claro proceso de recentralización que pone en riesgo los consensos políticos y ataca los niveles de autogobierno alcanzados hasta la fecha; un proceso de recentralización que viene impulsado por nuevas corrientes de opinión y acción gubernamental (tanto en España como en Francia) que derivan de un contexto de crisis y de polarización política que afecta gravemente a la realidad democrática. Se está produciendo un deterioro importante en la vida política y en la cultura democrática que nos está situando en parámetros regresivos desde el punto de vista del autogobierno.

Estamos asistiendo a un cambio de era importante y debemos acertar tanto en el diagnóstico de la realidad como en la definición estratégica de Euskadi como país. La historia milenaria de nuestro pueblo se ha construido, fundamentalmente, sobre nuestra voluntad de pervivencia, una voluntad combinada con la capacidad de adaptación a los cambios que se han producido en cada momento histórico. Y este debe ser uno de esos momentos.

El contexto internacional viene marcado por la continuidad de la invasión de Ucrania por parte Rusia, vulnerando los derechos democráticos de Ucrania como país independiente. Pero esta guerra no es exclusivamente contra Ucrania, sino que muestra un contexto de transformación de un nuevo orden internacional caracterizado por la ruptura democrática y donde países como China o Rusia rompen con los consensos y equilibrios del orden internacional que se alcanzaron en la segunda mitad del siglo XX; un orden que trataba de garantizar la paz y el desarrollo democrático a nivel mundial. El nuevo contexto internacional viene caracterizado por una lucha por los recursos naturales, por la crisis de la democracia liberal en los países occidentales y por la creciente influencia en el mundo de países no democráticos que ponen en cuestión los valores universalmente aceptados para organizar la vida política, social y económica del planeta. El mundo se debate de nuevo entre la democracia y el totalitarismo.

Europa se enfrenta, en este difícil contexto internacional, a la enorme tarea de defender la democracia y sus valores, y esto implica la necesidad de fortalecer la cohesión interna; cohesión interna teniendo en cuenta que, más allá de los Estados miembros, es necesario reconocer la existencia de las naciones que la conforman, incorporando a la normativa la Directiva de Claridad necesaria y el principio de ampliación interna para que las naciones sin Estado puedan decidir su estatus de relación con la Unión Europea y buscar modelos de gobernanza que representen esta realidad plural, profundizando así en la construcción de una identidad europea a través de una mayor identificación de la ciudadanía con el proyecto europeo. Los retos son enormes en el ámbito de la transición ecológica, transición digital, la gestión de la diversidad, la lucha contra las desigualdades, etc.

Se cumplen 90 años desde aquel Aberri Eguna que se celebró en 1933 bajo el lema “Euzkadi-Europa” y que apoyaba la construcción de una Europa Federal conformada por los pueblos y las naciones que la componen. Desde EAJ-PNV afirmamos la plena vigencia de la “doctrina Agirre”, que visualizaba el encaje de Euskadi en Europa; una Europa democrática orientada a la justicia social que garantiza los derechos individuales y colectivos; una Europa unida desde la diversidad de identidades nacionales y culturales; una Europa unida desde la diversidad, con la fortaleza necesaria para garantizar la paz y la seguridad y abierta al mundo. La II Guerra Mundial vino a certificar la pertinencia política de aquella visión y hoy, en un contexto de crisis y de incertidumbre, Europa y sus valores siguen siendo una receta válida para responder a los desafíos que nos acechan. Euskadi debe construir su futuro como nación europea dentro de la Unión y, para ello, debemos lograr una mayor participación en las instituciones europeas, así como una mayor interrelación de la sociedad vasca con el Viejo Continente.

En un contexto más próximo, la realidad política española o la francesa son dos buenos exponentes de la situación crítica que atraviesa la democracia y que afecta a nuestro día a día. La política española vive una preocupante polarización y radicalización que está minando las bases en las que se asienta cualquier democracia. La confrontación vehiculizada con un lenguaje bélico ha sustituido al debate que propicia los acuerdos; visiones ideológicas que atacan de raíz la democracia están condicionando el debate político y la acción institucional, y han logrado ocupar el espacio público distorsionando la normalidad política y social a la que apela la inmensa mayoría de la ciudadanía. Los enormes retos a los que se enfrenta el Estado español en el orden económico y social, y también en orden a dar respuesta a las realidades de las naciones sin Estado que lo componen, no pueden ser abordados con recetas que bloquean los acuerdos, que convierten el diálogo político en una incomunicación permanente, que sacrifican las instituciones comunes al interés partidario, que orientan las políticas públicas en función de estrategias electorales y, en definitiva, con recetas que están más pensadas para echar leña al fuego que para solucionar los problemas. Este deterioro en la calidad de la democracia española está reduciendo negativamente la comprensión de la realidad plurinacional del Estado y edificando posiciones políticas regresivas que afectan a Euskadi y a Catalunya: decisiones unilaterales, incumplimiento de acuerdos institucionales o iniciativas legislativas que invaden nuestro sistema competencial son un buen ejemplo de ello. El mantenimiento o los avances en el autogobierno vasco no pueden estar sustentados en las necesidades coyunturales que tienen los sucesivos Gobiernos de España a la hora de conformar mayorías en el Congreso de los Diputados o en el Senado. Es necesario construir bases más sólidas que incorporen mecanismos legales e institucionales y que garanticen el desarrollo de la realidad plurinacional bajo premisas de respeto e igualdad.

Euskadi no es una isla y, en un mundo cada vez más interdependiente, las realidades globales y las estatales tienen una enorme incidencia. En los últimos años se han producido importantes cambios tanto desde un punto de vista interno como desde un punto de vista externo. El mayor cambio interno en Euskadi tiene que ver con el final de la violencia y el cambio radical que ha supuesto para la convivencia. Hablando de democracia, no podemos dejar de mencionar la injusticia, la crueldad y el daño que han supuesto el terrorismo y sus mecanismos de legitimación; para las víctimas y sus familiares, para la sociedad en su conjunto, perjudicando además directamente a la causa de la nación vasca. No se trata de mirar hacia atrás para instrumentalizar la violencia en términos políticos: se trata de la necesidad de poner la memoria al servicio de un futuro democrático. Y para ello son fundamentales la verdad, el reconocimiento del daño causado, la reparación y la autocrítica política: una autocrítica política que permita extraer de los órganos vitales de la sociedad los valores, las actitudes y los comportamientos políticos que no se extraen con el solo hecho de dejar de matar. Y lo tenemos que hacer de manera compartida, superando cualquier tentación de revanchismo y con generosidad. Esta es una deuda ineludible con las generaciones futuras. Y no deberíamos dejar escapar esta oportunidad porque el mayor activo que tiene un país como el nuestro para construir el futuro es su fortaleza democrática.

La desaparición de la violencia debería implicar también el fortalecimiento de la base democrática que sustenta el sistema institucional vasco. El futuro de los vascos y de las vascas se va a construir sobre una sociedad y unas instituciones fuertes. Esa es la condición de posibilidad para crecer en el autogobierno vasco.

Las transformaciones políticas, económicas y sociales a nivel internacional, el deterioro de la vida política en el Estado español o la crisis derivada de la pandemia son vectores que están incidiendo de manera crítica en la realidad política vasca también desde un punto de vista interno. La política vasca debería estar a la altura de los enormes retos que tenemos como sociedad, pero observamos con preocupación una devaluación del debate político. Mientras los partidos políticos de ámbito estatal en Euskadi se adhieren a esa visión regresiva de la plurinacionalidad del Estado y responden con una enorme despreocupación cuando se producen invasiones competenciales, otros partidos están apostando por construir un escenario oscuro y negativo de la realidad social y económica y de la gestión de nuestras políticas públicas con el firme propósito de fortalecer exclusivamente su posicionamiento político valiéndose de un contexto de incertidumbre. Nada sólido se puede edificar desde la confrontación o instrumentalizando el enfado social y ahogando la esperanza. Ningún proyecto político puede ser construido sobre la negación del otro o como mero proceso de sustitución en el poder. Euskadi necesita propuestas positivas para fortalecer las instituciones, necesitamos un debate político alejado de la demagogia populista que tanto daño hace y hacer frente a la preocupante desafección política que amenaza a las democracias occidentales. En Euskadi, la sociedad y las instituciones van de la mano. Nadie tiene derecho a poner en riesgo ese capital social. Necesitamos construir consensos básicos en un momento histórico dónde los retos son de una magnitud desconocida hasta la fecha. Es el momento de acordar las bases para afrontar un nuevo tiempo político y el momento de orillar estrategias partidarias.

Porque el momento que vive Euskadi es realmente crucial para afrontar el futuro. Y para afrontar el futuro hace falta reconocer dónde estamos y de dónde venimos. Desde el fin de la dictadura hasta la fecha, durante más de cuatro décadas y gracias al esfuerzo y al trabajo de las generaciones que nos precedieron, hemos logrado un importante nivel de autogobierno en Hegoalde, de desarrollo económico, cultural y de una extensión generalizada del Estado de bienestar. Podemos constatar con orgullo que somos una de las sociedades con menores tasas de desigualdad social a nivel global. Hemos logrado avances sustanciales en el conocimiento y el uso social del euskera que a buen seguro suscribirían la mayoría de las poblaciones mundiales con lenguas minorizadas. Somos una sociedad emprendedora, innovadora, con un elevado nivel de capital social y una estabilidad institucional que genera confianza en la sociedad. La confianza es esencial para la cohesión social, económica y política de una comunidad. No podemos obviar también los avances que se han producido en Iparralde gracias a la institucionalización de la Mancomunidad y que está permitiendo el desarrollo de políticas activas en materia económica, social y cultural e impulsando un importante renacimiento del sentimiento de pertenencia a Euskadi desde una visión integradora e inclusiva de la diversidad que merece la pena seguir con atención.

Por supuesto que sigue habiendo muchos ámbitos y recorridos de mejora. Pero, ahora que asistimos a un tiempo en el que prima lo inmediato y todo sucede a una gran velocidad, es adecuado detenernos un momento y pensar en lo que hemos construido entre todos y todas. Conocer, apreciar, saborear lo que somos y lo que tenemos. Valorar lo recorrido nos va a situar mejor en la realidad actual y nos va a permitir afrontar con más capacidad los retos de futuro. Y vale la pena preguntarnos qué valores nos han traído hasta aquí: la conciencia de ser vascas y vascos, una visión democrática, la solidaridad social, el esfuerzo colectivo, el amor al país, la prudencia, el respeto a la diferencia y una suerte de acierto estratégico combinando el pragmatismo con la valentía para transformar la realidad política, económica y social. Y siempre de la mano del pueblo vasco. Euskadi es una nación con una sociedad civil fuerte y un sistema institucional pegado a esta sociedad. La mejor muestra de la fortaleza del sistema institucional vasco y del acierto tanto en su dirección política como en la gestión de las políticas públicas es la confianza de la ciudadanía vasca. No deberíamos permitir que cayera en el olvido el elemento tractor que ha posibilitado que hoy Euskadi sea lo que es: nuestra profunda vocación democrática.

De ahí la importancia de intensificar la calidad de la democracia de nuestro país. Recientes estudios sobre la calidad de esta democracia en Euskadi muestran que nos encontramos entre los países más avanzados en esos índices. Esto significa que confiamos en nuestras instituciones, que la ciudadanía tiene una cultura política sólida, que las políticas públicas están focalizadas en las necesidades de la ciudanía y que tenemos un sistema de seguridad frente a los populismos que empobrecen el debate público e invalidan la actividad pública como motor de transformación social.

Euskadi está, efectivamente, en un momento crucial, un momento de transformación y de oportunidades. En un contexto de cambios a nivel global, Euskadi afronta retos de una gran envergadura: el reto demográfico, la transición energética y la lucha contra el cambio climático, la gestión de la diversidad cultural, el reto de afrontar las diferentes desigualdades en el que destacan la desigualdad de género, la desigualdad económica y social y las desigualdades culturales y lingüísticas, el reto de la transición digital y el reto del fortalecimiento y construcción de una arquitectura institucional que responda a las necesidades de desarrollo de nuestro país. El escenario en el que se han de abordar todos estos retos ya no es sólo Euskadi o los Estados español y francés, ni tan siquiera Europa, sino que es el mundo. Tenemos que construir un futuro para Euskadi teniendo en cuenta la dimensión global, interiorizando los cambios tecnológicos que se están produciendo y teniendo en cuenta los desarrollos globales que se están registrando en materia económica, social y política. Nos adentramos en un nuevo mundo. Un mundo en el que el espacio es más amplio y fragmentado, los cambios suceden a una mayor velocidad, las sociedades (incluida la vasca) son más complejas e interdependientes y, por lo tanto, las estrategias de país requieren una nueva dimensión: nos enfrentamos a una nueva agenda política, a una nueva realidad nacional, a la tarea de transformar las formas de hacer política y a la necesidad de un nuevo marco de autogobierno para responder con garantía a los retos de futuro.

Nos encontramos ante una nueva agenda política que va a marcar los próximos años la realidad política de Euskadi, determinada fundamentalmente por el reto demográfico, por la igualdad de género, por la lucha contra el cambio climático, por la digitalización de la economía, por la lucha contra la exclusión social y por la igualdad lingüística y cultural. Merece la pena destacar un reto único y trascendental que tenemos los vascos y las vascas: fortalecer el uso social del euskera. Debemos redoblar un esfuerzo compartido para profundizar en la lengua propia de Euskadi. El marco global de la Agenda 2030 ofrece un buen paradigma para afrontar estos retos, que exigen acuerdos amplios que deriven en un nuevo contrato social y, sobre todo, una gestión sistémica de la acción pública transformadora en la que las instituciones y la sociedad tienen que ir de la mano. Las nuevas generaciones deberán liderar este proceso y, para ello, es necesario articular una estrategia de país. Euskadi necesita abrir un nuevo tiempo de acuerdos básicos para afrontar la nueva agenda política.

Y debemos realizar una apuesta intergeneracional e incorporar a esta gran tarea a una nueva generación de vascas y vascos; una generación que lea con precisión los cambios que operan en una nueva realidad nacional vasca; una realidad caracterizada por la diversidad y la pluralidad, por una sociedad más digital y conectada, que demanda un modelo más sostenible de desarrollo, que busca una mayor democratización de las relaciones sociales, económicas y políticas y que se enfrenta de manera radical a la discriminación de género.

Y debemos afrontar una profunda transformación en las formas de hacer. Unas formas de hacer que conecten con la demanda de la sociedad, que se adapten a la celeridad de los tiempos a la vez que se respetan los ritmos de los procesos, que permitan gestionar la complejidad y fortalezcan la comunidad, la cultura cívica y el capital institucional del país. Tenemos la obligación de escuchar a la sociedad, de construir sistemas de gobernanza colaborativa entre instituciones públicas y la sociedad para fortalecer la acción pública. Lo tenemos que hacer a través de una nueva cultura política que nos oriente a una mayor profundización democrática.

Nos hemos adentrado en un nuevo tiempo político; un nuevo tiempo que exige un nuevo marco de autogobierno; un marco de autogobierno que hunda sus raíces en la voluntad de la sociedad vasca para construir su propio futuro; un marco que crezca sobre la legitimidad del actual sistema institucional; un marco que institucionalice el derecho a decidir en términos de bilateralidad; un marco que permita profundizar en el desarrollo de políticas públicas propias en materias clave; un marco que permita profundizar en la internacionalización de Euskadi y nos permita tener una mayor presencia en Europa. La construcción de este nuevo marco de autogobierno sólo será posible si se desarrollan grandes acuerdos entre los partidos políticos en Euskadi, si se incorpora a la sociedad vasca a este proceso de construcción y si la estrategia de construcción nacional es profundamente democrática: sólo así podremos consolidar una estrategia de crecimiento.

Hoy celebramos el Aberri Eguna inmersas e inmersos en un nuevo tiempo político y con el firme convencimiento que el futuro de Euskadi es una responsabilidad compartida. Nuestro compromiso con la democracia, comprender la magnitud de los cambios y trabajar de la mano de la sociedad constituyen la base fundamental para construir nuestro futuro.

Gora Euskadi Askatuta!!!

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